Llegada a Rodellar, decidimos hacer noche en el camping Mascún, aqui se respira un ambiente a montaña que contagia, neoprenos tirados por el suelo, junto a arneses y cuerdas. Montamos la tienda sobre las ocho, el camping esta lleno de gente comentando las batallitas del día con una cerveza en la mano.

Nos llamó la atención los pasatiempos de algunos “vecinos”, tenian una cinta tensa entre dos arboles y practicaban equilibrismos, eso si, a treinta centimetros del suelo. Una vez montada la tienda y cenados, al saco.

Partimos hacia la cabecera sobre las ocho, nos esperaban tres horas de aproximación, andamos por el curso del rio Mascún, para luego ascender por la derecha de este y disfrutar de una panorámicas impresionantes hasta que llegamos a Otín abandonado. Aqui el sendero es mas llano y empezamos a estar inquietos por alcanzar la cabecera.
Al fin, nos plantamos ante el salto de las cañas, comienza muy bien; salto de siete metros, rapel de quince y otra sucesión de pequeños rápeles. Luego una pequeña caminata por el cauce y llegamos a los oscuros y una zona más estrecha, donde repentinamente nos encontramos con dos grupos.

Esta parte del cañon es la más impresionante, te adentras en una aparente cueva que se oscurece a cada paso con el ruido del agua retumbando en las paredes y tras un giro a la izquierda se comienza a aclarar viendo la inminente salida. Continuamos por el cauce encañonado encadenando rapeles y saltos. Poco a poco se va va ensanchando y nos encontramos varios grupos de vuelta a Rodellar.

En el retorno, enlazamos con el mismo sendero por el que subimos por la mañana temprano, pero esta vez lleno de escaladores y otros senderistas que disfrutan del día soleado. Agotados y tras ocho horas de pateo, llegamos al camping, comemos y nos bebemos una merecida cerveza. Preparandos para el día siguiente.